El prontuógrafo, antedecente de la máquina de escribir con sello burgalés | BURGOSconecta

2022-08-19 21:53:45 By : Mr. changguo guo

Dibujo del prontuógrafo publicado en La Ilustración Española y Americana en 1887. / BC

La historia está plagada de personas cuya aportación resultó determinante para el desarrollo de inventos fundamentales para la humanidad y cuyos nombres se han acabado perdiendo en el limbo de los justos. Y si no, que se lo digan a Mariano Díez Tobar, el padre paúl oriundo de Tardajos, uno de los grandes precursores del cinematógrafo. Pero el padre paúl no es el único inventor burgalés cuyo nombre descansa en un rincón apartado de la historia. A buen seguro, en ese mismo rincón podría charlar animosamente con Vicente Alonso de Celada, inventor a finales del siglo XIX de una máquina de escribir llamada prontuógrafo que acabó perdiendo la batalla comercial con los ingenios anglosajones y de la que apenas quedan evidencias más allá de varias descripciones y algún dibujo. De Alonso de Celada, por su parte, apenas queda el recuerdo de una pequeña calle en su Medina de Pomar natal.

Según relata María Jesús Jabato en un artículo publicado en el Boletín de la Institución Fernán González, Celada nació en el primer tercio del siglo XIX. En este sentido existen discrepancias en torno a la fecha concreta, ya que algunas fuentes documentales apuntan a 1827 y otras a 1835, que es la que mayor acuerdo despierta.

Sí existe consenso en torno a su traslado, en compañía de su hermano, a Cádiz, donde el ingenioso medinés ideó una fórmula isócrona, o de ritmo constante, que serviría como base fundamental para el desarrollo de una máquina capaz de «reproducir la palabra y el pensamiento humano por medios mecánicos y con caracteres impresos». Básicamente, una suerte de máquina de escribir. O algo parecido.

Y es que, de las descripciones que han sobrevivido al paso del tiempo, el invento desarrollado a partir de los planteamientos de Celada sería más bien algo parecido a un taquígrafo. Pero vayamos por partes.

El medinés, que según una crónica de la época escrita por Hilario Villamor «se hallaba dotado de una intuición genial», entró en contacto en Cádiz con Pedro Torres y Soto, un ingeniero de reconocido prestigio, cuya participación en el desarrollo del prontuógrafo fue determinante. De hecho, varias fuentes documentales describen a Torres como «coautor» del invento. Básicamente, Celada puso la idea y Torres la llevó a la práctica. Algo que, por cierto, no fue ni fácil ni rápido. Así lo corrobora la correspondencia intercambiada entre Pedro Torres y su amigo y colaborador Julio Vizcarrondo, en la que deja constancia de las numerosas modificaciones que se fueron incluyendo en los diseños del prontuógrafo a medida que se perfeccionada. En dicho trabajo, por cierto, resultó también determinante la mecanógrafa Serafina Bernard.

Finalmente, tras años de trabajos, el ingenio estaba preparado para su comercialización. De acuerdo a la descripción publicada en La Ilustración Española y Americana, constaba de un teclado con 30 teclas, separadas en dos bloques de 15, uno para cada mano. Cada una de esas teclas estaba combinada con una palanca conectada con una de las letras del alfabeto, la cual realizaba un relieve de medio milímetro mientras el papel se movía a cada impresión. La diferencia con las posteriores máquinas de escribir es que la escritura se realizaba por sílabas, presionando a la vez diferentes teclas.

Así se presentó en el Café Formos de Madrid en 1881, donde, según las crónicas de la época causó sensación gracias a la velocidad con la que permitía la escritura. A este respecto, sus inventores aseguraban que tras un necesario entrenamiento de unos ocho meses, se podían llegar a escribir hasta 150 palabras por minuto.

Dos años antes, Celada y Torres habían constituido una sociedad destinada a comercializar el instrumento en la que también estaban representados José Pérez Lázaro y Jorge Rodruejo. No obstante, el inventor medinés falleció antes de ver completa su obra. La cosa, por cierto, no acabó bien, ya que la muerte de Celada causó desavenencias entre los socios y la sociedad mercantil acabó disolviéndose. Además, posteriormente se descubrió que las patentes del prontuógrafo presentadas en España y Francia estaban a nombre de Pedro Torres, y no de la sociedad.

En todo caso, el prontuógrafo acabó pasando a ese rincón de la historia donde a menudo descansan sin la atención que se merecen aquellos ingenios convertidos en el eslabón necesario hasta la llegada del la solución definitiva. Prueba de ello es que, mientras Celada y Torres le daban vueltas y más vueltas a su diseño, la compañía Remington, conocida hasta entonces por fabricar fusiles y revólveres de gran calidad, ponía en el mercado su máquina de escribir.

Posteriormente entraban en el mercado español la Hall, la Express, la Hammond, la Yost o la Underwood. Y ya en 1912 se patentaba la Victoria, primera máquina de escribir de fabricación española, que habría de convertirse en líder de ventas en los años posteriores debido a su reducido precio. Todas ellas se impusieron a otros ingenios, como el prontuógrafo, que quedó, así, relegado al olvido.